viernes, 22 de marzo de 2013

Crítica de Carlos Pachco para LA NACIÓN


Ficha técnica: Fragmentos de un pianista violento / Autor: Darío Bonheur /Intérpretes: Stella Matute, Alicia Naya / Vestuario: Pedro Muñoz / Escenografía e iluminación: Fernando Alegre / Música original: Sonia Kovalivker / Asistente de dirección: Martín Althaparro / Dirección: Fernando Alegre / Sala: Caras y Caretas, Venezuela 370 /Funciones: sábados a las 21 / Duración: 55 minutos.
Nuestra opinión: buena
La violencia de género se ha transformado en un tema recurrente en nuestras sociedades. A diario, los medios periodísticos informan sobre nuevos casos y cada uno expone una forma de agresión que, la mayoría de las veces, nos impacta de manera asfixiante.
Fragmentos de un pianista violento es un drama singular que, a su manera, da testimonio sobre el tema. Dos mujeres, vecinas de una pareja conformada por un exitoso pianista y una mujer en apariencia débil, son las encargadas de narrar en escena aspectos de aquella relación. Ellas no son jueces, simplemente informan. La narración pasa de la tercera a la primera persona y así esas dos mujeres terminan transformándose en protagonistas. Éste es el recurso, sin dudas, más interesante del material, en lo que se refiere a su estructura dramática.
Al comienzo, ellas parecen dos vecinas entrometidas a quienes les importa seguir aspectos de la vida de los demás. Pero, a medida que la acción avanza, el espectador tomará conciencia de que se trata de dos testigos fundamentales que no sólo pueden dar cuenta y analizar la violencia que el hombre descarga contra su esposa en la casa aledaña, sino además en valiosas observadoras de un caso sumamente cruel.
En un marco escenográfico apenas completado con unos pocos objetos, Stella Matute y Alicia Naya van dando forma a una narración segura, cargada de imágenes, que va creciendo en tensión según los acontecimientos violentos que describa. Mientras Matute asume la conducta del hombre agresivo, por momentos; Naya da forma a la mujer castigada. Las dos hacen de esos personajes unas criaturas que inquietan por su vulnerabilidad una o por su intensidad la otra.
La puesta de Fernando Alegre subraya de manera contundente los momentos violentos, y esto torna un tanto obvio el planteo general. En ese subrayado desaparece cierta poesía que el texto posee y la historia deja de resultar un material provocador de reflexión, sino que golpea la atención del espectador conduciéndolo directamente a tomar una postura que los personajes no proponen. La voz del director se impone con fuerza y así entonces la cuestión de fondo adquiere la misma dimensión que la lectura de ese hecho en un diario. Dispara sobre la emoción y eso quizá conduzca a que alguien no quiera involucrarse en la trama.
Aun esta decisión de puesta, que no es objetable, el espectáculo deja sus marcas en el público porque la historia inquieta y moviliza. Las funciones se completan con un debate.


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