jueves, 21 de febrero de 2013

Comentario radial de Carlos Abeijón


La violencia de género expuesta desde lo cotidiano y como representación simbólica que termina modificando la vida de dos mujeres.
Texto que invita a la reflexión, buen uso del espacio escénico y gran entrega de las actrices Stella Matute y Alicia Naya.
La dirección de Fernando Alegre acierta en los climas y en el preciso armado de la trama.
Una obra rica en contenido; para tener en cuenta.
(Carlos Abeijón. Columnista de "Un apellido de radio" 
programa radial de Virginia Hanglin -La Radio FM 92.3.- y Jurado Premios ACE)

martes, 12 de febrero de 2013

Opinión de María Fernanda Barro Gil - Escritora, periodista

Excelente obra, y la puesta muy inteligente, con narradores testigos (perdón, pero yo uso términos literarios, más que teatrales) que dan cuenta de lo que ocurre en la casa vecina. Una metáfora de lo que ocurre socialmente con la violencia doméstica ajena. ¡Bravo a todo el equipo!

miércoles, 6 de febrero de 2013

Espías, testigos y protagonistas de la violencia - por Mónica Berman

VEA ESTA CRÍTICA EN:
http://www.criticateatral.com.ar/index.php?ver=ver_critica.php&ids=1&idn=3381


La violencia de género, intrafamiliar para colmo, no es justamente una temática sencilla de poner en escena sin caer en el panfleto. Sin la peligrosa tendencia al discurso expositivo-explicativo que termina operando exactamente en la dirección opuesta de aquella a la que se propone ir. Porque se propone. Esto tiene que quedar claro.
Con el público dividido, a ambos lados de la escena y con la necesidad de desplazar la mirada de una punta a otra de la sala, empezamos bien. Los espectadores se ven en la necesidad de girar la cabeza de un lado a otro porque las dos mujeres que habitan la escena están, ambas, iluminadas. O en su defecto, seguir a una de las dos.

En el principio, somos testigos de dos mujeres, vecinas de un pianista y su mujer, que espían y reconocen cierto maltrato. “Cierto” porque la cosa va in crescendo. Y porque él es pianista, culto. La decisión de ambientar la violencia en la casa de un artista, afamado, que se desvive por  la opinión de los críticos, que trabaja ardorosamente frente a un instrumento musical, que es apasionado, reconocido, famoso, podría decirse “alguien con objetivos, con deseos cumplidos, con reconocimiento, con vida pública”, es definitivamente, una excelente decisión. Porque arranca de raíz todo intento de justificación.

Volvamos a la obra, habíamos dejado a dos vecinas que oscilan entre estos roles y los roles del pianista y su mujer. Y logramos olvidar que en ocasiones, lo que dicen rima y descoloca porque está fuera de la expectativa, podemos entrar en un universo verdaderamente perturbador. Son dos. Son cuatro. Las trasformaciones son sorpresivas, inesperadas, cuando una frase se inicia, podemos no saber quién habla. Excepto cuando la violencia del pianista está exacerbada, tanto como el temor de su mujer.

Las actuaciones de Stella Matute y Alicia Naya, logran producir el pasaje de una situación a otra, de un personaje a otro de manera increíble. Y esa transformación es, además, la que subraya la posición del testigo, del que busca justificar, del que decide no meterse. Es en el mismo cuerpo que oscila entre los inválidos argumentos (él está cansado, ella no tiene la comida lista) y la reacción violenta del pianista. Y entre quien propone la denuncia y asume el cuerpo de la víctima.

Que los actos de violencia sean ejercidos “a distancia” potencia la puesta en escena. La mujer coloca su cabeza dentro de la tina de agua y sólo es sostenida por la palabra (aunque queda claro que no es esto lo que se representa). La ausencia de la mano que ahoga es mucho más poderosa.
 
El final se vive como un acto de justicia. Poético, además, en la decisión escénica. Pero  esta compensación es un acto de ficción. Allá afuera los finales relativamente “felices”  son demasiados escasos.

Mónica Berman