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20
de Noviembre - 13:50hs
Tres obras en cartel sobre violencia de género
Héctor Puyo
"Se
fue con su padre", de Luis Cano, "Fragmentos de un pianista
violento", de Darío Bonheur", y "Trinidad Guevara", de
Marianella Morena, ofrecen sendas versiones sobre la violencia contra la mujer
y muestran la urgencia del tema en la actualidad.
La oscura y poética "Se fue con su padre"
(Teatro San Martín, miércoles a sábados a las 21, domingos a las 20.30)
presenta un difícil caso de filiación con una chica maltratada (María Eugenia
López) por quienes se supone que son su madre y su tía (Mercedes Fraile y Elida
Schinocca).
Hay una hostilidad marcada en las paredes de ese
barracón, ahora casa y antes depósito de algo en las cercanías de un río, que
somete a la joven y a sus parientes a conductas linderas de la psicopatía.
Curiosamente no hay hombres presentes en ese acoso, el
padre muerto es una figura evocada y aun temida, como si el desprecio que
sienten por él las mayores ocultara algún misterio del que no se puede hablar.
En un momento aparece una hermana desconocida (Lola
Banfi) que lanza un poco de luz sobre la mujercita lastimada, pero las cosas
parecen no tener remedio -la obra se ubica un siglo atrás- y la posible
rebeldía se estrella en una conducta ya estructurada.
La directora Lorena Ballestrero ubica el escenario a gran
distancia de la platea en la sala Cunill Cabanellas, un recurso que refuerza lo
sombrío del texto en una pieza que incluye un canario vivo en una jaula y unos
efectos sonoros (de Pablo Bronzini) de ejemplar eficacia.
Parece espuria, sin embargo, esa lluvia real -ya usada por
un director holandés en "Tío Vania", vista en la Martín Coronado en
2007- que empapa totalmente a dos actrices, aunque ese descuento no invalida la
puesta.
Ballestrero cuenta, además, con un cuarteto de
intérpretes con solvencia profesional y muy metidas en sus criaturas, en el que
María Eugenia López demuestra gran sensibilidad y toca timbres que la ubican en
primerísimo lugar entre las actrices de su edad.
Hay una violencia explícita, en cambio, en
"Fragmentos de un pianista violento" (Caras y Caretas, Venezuela 330,
sábados a las 21), donde Stella Matute y Alicia Naya son dos vecinas, testigos
de las humillaciones a que el músico somete a su mujer.
El juego es el de la apropiación de roles -lo que ven por
su ventana se reproduce sobre el escenario- y es entonces cuando el director
Fernando Alegre aprieta el pedal de la ficción teatral y somete al espectador a
vibraciones por momentos dolorosas.
Las actuaciones son de una buscada intensidad, con Matute
que maneja con esmero su particular timbre de voz y una postura elocuente, y
Naya con muy buenos momentos cuando asume el papel de su vecina golpeada.
La pieza -de un autor muy joven- no sólo está escrita con
conocimiento de su rumbo, sino que dispara dardos sobre la conducta entre los
géneros, a veces amortiguada pero no tan ajena a lo que se ve en el escenario.
La tercera es "Trinidad Guevara" (Camarín de
las Musas, Mario Bravo 960, domingos a las 18), escrita y dirigida por la
uruguaya Marianella Morena -conocida aquí por "Las Julietas", en
2009- sobre la mítica actriz nacida en la Banda Oriental cuando la Argentina y
Uruguay eran un solo territorio.
Contemporánea y acaso amante del pionero Juan José de los
Santos Casacuberta, era la actriz más versátil y cotizada del Río de la Plata
en la primera mitad del siglo XIX, aunque su vida privada escandalizaba a las
buenas conciencias que la priorizaban ante su arte.
Expulsada de Montevideo por sus amoríos con el caudillo
federal Manuel Oribe, con quien tuvo uno de sus siete hijos de distintos
padres, en Buenos Aires vivió su época de esplendor, simpatizó con el rosismo y
se apagó a la caída de éste.
La versión de Morena tiene un carácter minimalista, con
la actriz Cecilia Cósero, también oriental, plantada en medio de la escena y
con el uso de su cuerpo como materia de percusión, a medias entre la expiación
de culpas y el derecho a hacer de él a su antojo.
Guevara fue una mujer humillada por los varones y por un
medio social que equiparaba a una actriz con una prostituta, pero según la obra
tuvo la suficiente energía como para devolver golpe por golpe y una ingente
capacidad para el sarcasmo.
En su corta duración, el espectáculo se hace grato a
pesar de sus repeticiones, con una Cósero contenida aunque vital, fresca,
desafiante, en un manifiesto feminista en el que todos los rubros -arte,
sonido, entrenamiento vocal-corporal y música- están en manos de mujeres.
Es una pena que el texto no explote más lo referido al
"malo de la película", el pintoresco Padre Castaneda, emperrado en
combatir a la actriz desde su periódico El Despertador Teofilantrópico, una
actitud que tan solo sería legible casi un siglo después con la aparición del
psicoanálisis.
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